Latorre hacia la torre, con perdón |
…y un mucho de nada. Siguen los
entrenamientos alternos, un día corro y nado, al día siguiente voy en bici y
nado, entrenos cortos, porque tampoco el tiempo da para más. Alrededor de dos
horas cada día, algo más el fin de semana, un día de descanso y algún día de
escaqueo cuando el cuerpo no puede más de madrugones, de esfuerzos musculares,
de salidas en solitario con la bici al amanecer o de correr por la carretera
del canal también a horas intempestivas. Afortunadamente la piscina cierra hoy
mismo, la interior, así que doy por concluída la temporada de aguas cloradas y
estreno la de aguas saladas.
Pero la sensación general que tengo es que no
sé si tanto esfuerzo tendrá sus frutos. De hecho, cada vez pienso más en que no
hay ningún fruto que recoger, que lo importante es el entreno en sí,
disfrutándolo, viendo las mejoras si las hay o sufriendo los pasos atrás. Que
no sé si tengo que darle importancia a plasmar esos entrenos en pruebas donde
como mucho aspiro a finalizar más o menos dignamente. Cuando pienso así es
cuando más disfruto de mis salidas, cuando menos responsabilidades un poco ridículas
me pongo en la cabeza. Que no sirven de nada salvo de fuente de motivación. Si
esa motivación viene de la actividad en sí, entonces no son necesarias y
carecen de importancia.
A las seis de la mañana es de día, sí. |
Despertarme de noche para salir a entrenar
cuando amanece no suele costarme demasiado, es un momento muy solitario, muy
para adentro, mi momento favorito del día. Es más fácil ver algún animal (el
otro día una cierva había bajado de Peña a comer trigo al lado del canal), hace
cero calor, ves la cara del vecino volviendo de trabajar de noche que alucina
al ver que te vas con la bici,… Son las horas que más aprovecho, de seis a ocho
de la mañana.
Así que también se agradece cambiar y
entrenar a una hora decente. Lo de la temporada de aguas saladas empezó hace
unos días, cuando al tener la mañana libre decido ir a Donosti a hacer pis en
la Kontxa, nadar desde Ondarreta hasta casi el Náutico de gabarrón en gabarrón
(hay cuatro) y volver. Unos dos mil quinientos metros, tres cuartos de hora
tranquilo. El agua, muy fría todavía, unos quince grados. Un montón de gente
nadando con traje de neopreno bien de mañana. Por no hablar de la cantidad
ingente de corredores por el paseo, a los que me uno tras ensayar una
transición de mar a tierra que, entre que me quito el traje, me caigo en la
arena, me ducho, me pongo las zapas, la gorra, las gafas y la música, no dura
ni veinte minutos, récord mundial de qué burro soy. Vueltas desde Ondarreta
hasta el final de la Zurriola rodeado de gente corriendo, un escenario así es
que te invita a hacer deporte, el que sea, sí o sí.
Pero lo que más he agradecido estos días ha sido
la salida en bici con el gran Mike. Horarios cruzados, objetivos distintos,
fines de semana ocupados, y llevábamos más de dos meses sin compartir
carretera. El año pasado pasamos muchas horas juntos encima de la bici, a estas
alturas el blog echaba humo con crónicas de pruebas o de salidas de fondo de
más de cinco horas. Pero las cosas son como son, y el año que viene es fácil
que nos pongamos con todas las rutas que tenemos pendientes, Sierra Nevada
incluída. De momento quedábamos el jueves por la tarde, yo con las patas duras
de dos días seguidos corriendo y acumulando subida, él todavía magullado y con
golpes del circuito no apto para mortales miopes de Sangüesa del Open del domingo.
Ahí le veis, sin darse importancia, fino que parece que no come desde enero (sí
que come, doy fe, tras la prueba de btt nos fuimos a comer a Lumbier, a las
bodegas, y no dejó chuleta viva. Así como otros no dejaron patxarán en toda la
bodega, sin señalar, en este caso, a Oskar, que por otro lado se lo merecía
tras el curro y la tensión organizativas), y habría que tratarle casi de usted, en top ten
clasificatorio del Open Caja Rural M30 a falta de dos pruebas para terminar.
Felices, y sin cocacola |
Viento sur cuando vamos hacia el sur, cambia
a norte cuando volvemos hacia el norte, vamos charlando toda la salida y
poniéndonos al día, sin forzar pero aún así me noto forzado y con un dolor de
piernas que no se corresponde con lo que estoy haciendo. Subimos Cuatro Caminos
y bajamos hacia el pantano por Ruesta, rebotando en una carretera que cada vez
está peor pero disfrutando del paisaje espectacular. Le ponemos el postre de la
subida a Leyre, donde por fin nos callamos, y donde por fin decido gastar los
cinco euros que llevo en el portaherramientas desde que entramos en la moneda
común en un par de cocacolas heladas. Nuestro gozo en un pozo, el bar cerrado y
con cuidado volver a plegar el billete para que no se desintegre el papel
moneda y a guardar otros cinco años. Nos conformamos con pedirles a unos
holandeses que nos saquen una foto y desearles suerte en la Eurocopa (por los
cojones). Bajada a ochenta, tiramos hacia el Chocolatero, Liédena y cada uno a
su casa con algo menos de cien kilómetros en las piernas y diez millones de
mosquitos pegados a los brazos y la cara.
Qué fácil es irte contento a la cama.
Alberto 4C
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