Después de unos días ajetreados por cuestiones familiares, y sin haber podido descansar todo lo debido, consigo salir el martes a dar una vuelta por primera vez desde la QH. Miento, el domingo me subí en la bici, anduve menos de una hora, hasta que me dí cuenta de que la rueda delantera casi no tenía presión. Perdía por el obús de la válvula, y al volver a casa ví que no tenía ni tres kilos. Eso quiere decir que los últimos kilómetros hasta Sabiñánigo, donde fuí echando el bofe para ver si cogía al bajador volador antes de meta, también los hice así. No, si al final va a ser que no fue el viento de cara...
Quedo con mi amigo Edu para dar una vuelta suave, con alguna subida que hacer a ritmillo, para que le vaya cogiendo el aire, el sábado vamos a la Indurain. Así que tiramos hacia Sos y nos desviamos camino a Undués de Lerda por la subida vieja al pueblo, para después aprovechar el pedazo de puerto con carretera de ocho metros de ancho y cero coches que sube a Cuatro Caminos. Rampas por delante del 8% mantenidas durante tres kilómetros, mucho calor y cero aire, nos las prometemos felices.
Pero Edu no conoce la carretera, y al tomar el desvío a Undués agarra el bidón para beber. Me lo huelo y le digo, ojo, hay un par de paellas malas justo al principio. Demasiado tarde, llega a la primera pasado y a una mano, clava el freno trasero, derrapa, parece que va a hacer un recto al trigal, vuelve a frenar y al suelo a la vertiginosa velocidad de diez por hora, donde se deja parte del muslo y brazo derechos. Qué fácil es hacerse pupita, no hace falta pegarse una piña a cuarenta para que el asfalto te coma la piel (si te la pegas a cuarenta el daño es mayor, evidente).
Lavamos la herida y con mal cuerpo, encogido y de mala leche Edu decide seguir. Pero la subida no la hace ni a gusto ni disfrutando. Voy a su ritmo hasta la rotonda del pueblo, y en el tramo nuevo decido subir pulso, bajo cuatro dientes y subo con todo intentado no bajar de veintitrés por hora, lo aguanto más o menos hasta el final. Todavía noto el esfuerzo del sábado y la falta de sueño, pero voy recuperando forma. La Indurain es la última cita antes de un parón vacacional de quince días y después de un mes de mayo y junio plagado de marchas, así que hay que dar lo que quede, llegar vacío y luego descansar.
Bajamos por la vertiente vieja de Cuatro Caminos, pasamos Navardún y decidimos volver a casa tranquilos a limpiar las heridas. Media baja de recuperación, dos horas y cuarto de salida, sesenta kilómetros. Esta noche le va a doler...
Alberto.
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